Por Mario Kato.-
Era el año 2012, me involucré en una campaña al Senado, me tocó participar en un grupo que se encargaba de procesar la información de las líderes de colonia, así que nuestras jornadas eran largas.
Solíamos comenzar a clasificar, capturar y archivar las listas de simpatizantes del candidato desde las 8 de la mañana y en ocasiones hasta la madrugada.
Un día, nos dieron las dos de la mañana en la «oficina», el encargado de nuestro equipo tuvo que darnos raite a cinco personas a nuestras casas, que vivíamos en diversos lugares de la ciudad, lejos uno del otro.
Dejamos un compañero para el lado de la Colonia Obrera, tomamos el bulevard Universo, y más tarde el José María Anaya, al llegar casi a la avenida universitarios, en los camellones se veían solo unas sombras negras, casi imperceptibles.
Al dar vuelta de la Anaya al universitario, estaban dos patrullas sobre la banqueta, supuestamente de la policía estatal, y otro grupo de sujetos encapuchados con uniformes azules en medio de la calle, el conductor bajó la velocidad.
Uno de los encapuchados nos hizo el alto, el que chofer se orilló, entonces nos rodearon tres supuesto policías, el que nos paró, se acerco tambaleante al carro, tropezó y casi cae encima del cofre…

Al asomarse por la ventana para ver al interior del auto, dijo «Good night» o sea «buenas noches en inglés», luego de su presentación bilingüe, nos dimos cuentas que estaba o ebrio o drogado.
Tras las preguntas de rutina, el sujeto lanzó una frase lapidaria que nos puso en aprietos «Qué no traen pa la coca y los gansitos», el gesto nos dejó fríos porque comprendimos que era básicamente un asalto, y acabábamos de cobrar el sueldo de la semana.
Como reflejo para sortear el asunto, todos sacamos de inmediato la morralla, se la dimos al chofer quien la mostró al agente, un patético puño de monedas que no llegaba ni a cincuenta pesos.
Apostamos a la lástima para evitar ser «revisados», y perder lo poco que ganábamos en aquella aventura electoral. Al final funcionó, el sujeto se rió y dijo, mentiras, mentiras era broma. Nos dejó ir.
Al retomar el camino, vimos como la mayoría de aquellos supuestos policías, además de no portar placa, y ninguna insignia, calzaban en su mayoría tenis, lo cual nos hace pensar que era un retén falso, algo cada vez más común en Culiacán.
Para nuestra suerte, el agente sintió lástima por nuestra morralla y nos dejó ir, quién sabe si lograría conseguir para la compra de la coca y el gansito con algún conductor ebrio o despistado que pasara por la zona.
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